H.H. Holmes fue el primer asesino en serie. Y dejó el listón muy alto.

H.H. Holmes tiene el honor de ser el primer asesino en serie documentado de la edad moderna. Con lo cual, él es alguien, y tú no, así que deja de juzgarle y escucha.

Al contrario que muchos hoy día, este señor, que vivió en Chicago hacia finales del siglo XIX, tenía un único objetivo en mente: matar. Y a cuantos más mejor.

Holmes, además de asesino, era pragmático, y prefirió que la montaña viniese a Mahoma: quería un sitio al que sus víctimas fuesen por iniciativa propia, donde no conociesen a nadie y donde, además, pagasen por ir, que Chicago es la ciudad del viento y hace mucho frío para ir sin rumbo buscando víctimas.

Pues así fue: el bueno de Holmes se construyó un hotel especialmente diseñado para sus fines, que sirvió de ratonera sin escapatoria a la friolera de 27 víctimas. Eso las confesadas, porque la policía calcula que podrían ser hasta 200.

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Yo en mi hotel MA-TO

Pero no fue culpa suya, no. Es que su padre era alcohólico y le pegaba y su madre le leía la Biblia, y a ver, lo primero no, pero lo segundo vuelve loco a cualquiera.

El hotel, teniendo en cuenta las circunstancias, no le funcionó tan mal, porque lo mantuvo abierto durante 5 años, de 1889 a 1894, a pesar de que el que entraba no volvía a salir, y de que se cargó a la mayor parte de las mujeres que tenía en plantilla, a las que primero les hacía seguros de vida a su nombre, e incluso mató a la pareja de dulces ancianos que regentaban la tienda de enfrente.

Demostrando unas grandes virtudes para el diseño de interiores, dotó al establecimiento de pasadizos secretos, un sótano tipo mazmorra, cámara de gas, y habitaciones específicamente pensadas para la práctica del fino arte de la tortura. Vamos, que a día de hoy, con tantas «amenities», sería un 5 estrellas.

Además de un gran hombre de negocios, Holmes era muy creativo, utilizando todo tipo de mecanismos para cargarse a sus víctimas, desde la asfixia hasta el ácido o el veneno. Y como todo es toro hasta el rabo, aprovechaba los esqueletos y órganos y los vendía a escuelas de medicina.

 Benvenuti a tutti!                                                             Plano de la segunda planta

Al final se cansó de Chicago, porque chico, qué peñazo, y se fue a Texas a ver si podía ampliar el negocio, dejando el primer hotel a unos cuidadores, bajo instrucciones de no entrar en las plantas donde estaban las habitaciones de tortura. Pero Texas no te creas que era gran cosa tampoco, así que se fue a San Luis.

En San Luis pensó cambiar de sector y meterse en el negocio de fingir su propia muerte para defraudar al seguro, al fin y al cabo, ¿quién sabía más de muerte que él mismo? Convenció a un amigo para ayudarle con el timo, pero al final se cargó al amigo, a la mujer del amigo (a la que convenció para irse de viaje familiar con él tras enviudar), a los tres hijos del amigo, y porque no tenían gato, que sino también.

Aquí la policía, empezó a sospechar, y al final le pillaron y le colgaron. Su última petición fue que le enterraran en cemento para que nadie pudiera diseccionarle como él hizo con sus víctimas.

Si te ha interesado la vida y obra de este personaje, aquí en The mask of reason puedes leerla en inglés con un poco más de detalle, aunque también hay un libro sobre él, The Devil in the White City, cuyos derechos de adaptación al cine ha comprado Leonardo DiCaprio en 2010, así que la película está al caer. Por si eso no fuera suficiente, en 2005 se hizo el documental H.H. Holmes: The first serial killer.

Y por si estabas ya intentando reservar una habitación para el próximo puente, decirte que el hotel se quemó un año antes de que Holmes muriese y ahora hay una oficina de correos. Así que si te pasas por allí, en el cruce de la 63 con Wallace, haz el favor de mandarnos una postal.